Demencia, en Vitacura: a la espera de algo mayor
Desde lo culinario, se nota harto la espera de esa inspiración mayor: un comedor gastronómico que, de momento, duerme en el segundo nivel de la residencia que ocupa.
Desde lo culinario, se nota harto la espera de esa inspiración mayor: un comedor gastronómico que, de momento, duerme en el segundo nivel de la residencia que ocupa.
Sorteando escaleras maltrechas y tras un pasillo empinado de gris y grietas, finalmente el patio y el comedor panorámico de Caperucita y el Lobo, muestra trozos de un Valparaíso que, al fin y al cabo, sigue coqueto. Pese a los años, al descascaro, al cliché porteño, se las arregla para llamar la atención.
La sazón honesta fluye en los platos de un restaurante atípico para la zona. Como pocos -en la región- propone una mirada diferente sin perder su foco: el de un restaurante de turismo, con las formas recias de las casonas del viejo Frutillar, ese que atrae miradas y además encandila a los nuevos sureños que pululan por Llanquihue.
Una trayectoria consistente como cocinero, con un pasado en reconocidos restaurantes con prestigio e historia en Santiago, sumado a sustanciosas experiencias en el exterior, le han formado un estilo reconocible y destacado en la comunidad gastronómica nacional. Un trabajo que requiere, hoy y para seguir en camino, de habilidades que trascienden de la cocina.
Un cocinero connotado, con años de experiencia en restaurantes de gama alta, varias veces considerado entre los mejores de Chile en su oficio, hoy va y viene por el puerto, entregando su trabajo enfocado en productos del mar casa por casa, como el más refinado vendedor ambulante. Es la etapa que vive y quiere vivir Manuel Subercaseaux, yendo por la libre a precios populares en clave cocina gourmet ¿Por qué? Por acá parte de esa historia.