Transitar por 20 años bajo una restauración al estilo japonés, suena como a pequeño milagro frente a la ristra de sushibares, a esta altura más chilenos que de cualquier otro origen. Ichiban sigue despachando frescor bajo conceptos a estas alturas torneados por la experiencia.
Carlos Reyes M.
Publicado en revista La Cav, octubre 2023.
Transitar por 20 años bajo una restauración al estilo japonés, suena como a pequeño milagro frente a la ristra de sushibares, a esta altura más chilenos que de cualquier otro origen. Ichiban aportó su olfato vanguardista al comer nipón de esos tiempos, cuyos resabios hoy gozan de buena salud en su local: minimalismo atemporal sin ser de estilo clásico, aunque un poco frío si no hay mucha gente; un servicio atento y con cierto relajo que se agradece; una barra de comida que, ya sin la rutilancia de antes, sigue despachando frescor bajo conceptos a estas alturas torneados por la experiencia.
Mientras se prepara una nueva carta -ya bajo un concepto de Asian Bistro, ampliando el rango de platos- bien vale recorrer viejos tercios de su carta, con un suave y frutoso semidulce Yuzu sour ($ 5.900) para comenzar. Un dato: de entrada parece auspiciado por salmoneras, porque la carta dice que casi todo se basa en ese pescado; es por su actual accesibilidad como producto fresco, porque se puede cambiar el pescado por lo que tengan en el día. Así que el Sakana Tataki ($ 12.100) llegó con cubitos de lisa impecables en su corte, sumados a tentáculos de pulpo consistentes que hicieron juego grato con la base de salsa de sésamo que sutilmente envuelve cada trozo.
La hora de los rolls mueve a cierta nostalgia: las finas líneas de salmón, pescado blanco y palta del Rainbow Roll ($ 10.600) denotaron fineza de vieja escuela: una delgada capa de arroz impecable en su limpieza, rodeando una farsa de surimi -más conocido como kanikama- de textura cremosa y sabor suavizado. Los toques cálidos del Panko Roll ($ 11.000) por su cobertura frita hicieron juego con la grasitud del salmón y un leve toque de picor de salsa siracha. A modo de fondo, los redondos y suaves fideos de trigo del Yaki Udon ($ 16.000) salteado con ostiones, camarones, calamares y verduras con el toque agridulce de la salsa tonkatsu. Otrosí, no olvidarse del ramen (desde $ 13.000), de lo mejor en Chile en el estilo. El cierre con otro plato clásico, el helado de té verde con anko pasta dulce de poroto que sabe a tal ($ 7.500), redondeó una comida con perspectiva retro y rigor sabroso, que mantiene el toque.
De los vinos: es bien escasa la provisión, con marcas caladas en prestigio y calidad, que podrían ampliarse significativamente de cara a los tiempos presentes de diversidad en el vino. Eso se compensa con el excelente precio de su descorche.
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