Por Carlos Reyes M.
Publicado en revista LA CAV, diciembre 2022.
Varios ambientes, una terraza generosa bajo un influjo de reciedumbre evidente y a la vez contenida mirando desde afuera, hacen de este comedor una buena noticia desde la identidad arquitectónica. Aquella primera mirada se complementó con las ganas del servicio, fuerte desde la simpatía aunque descoordinado con el bar: trajeron los cocteles después de la entrada. De todos modos hicieron cómodo el aterrizaje a un comedor con la ambición de ser un distinto en la zona. Hay visos internacionales y notas personales de los cocineros -Pablo Feest y Enzo Hiche- con claridad para leer dónde mostrar innovación y dónde retroceder en carnes, pescados, ahumados, charcutería y un largo etcétera.
Una buena panera con masas caseras y un hummus delicioso antecedieron a Las Mejillas de congrio y cocochas de merluza ($ 12.000) llegaron doradas pero duras, apretadas, arrebatadas y por eso, secas. Suerte que la salsa de ají y la tártara de la mezcla no solo eran un aporte de color. Más bien fueron una tabla de salvación. En los fondos apareció su mérito: un simple par de Salchichas Weisswurst, de ciervo, con puré picante ($ 14.500) mostraron algo distinto: complejidad entre ahumado, cierto toques dulzones acaso en el embutido, junto con un puré sin grumos (¡Cuesta mucho hallar preparados así en otras partes!) y un picor sin remilgos (otra cosa rara, aunque esta vez en Santiago); aunque con un poco más de untuosidad surgiría mayor prestancia.
El Canelón de cordero ($ 17.000) corrió en otra liga: carne braseada envuelta en láminas de papa, jugoso, con tonos fuertes matizados por una boloñesa de pastrami de contrapunto suave, donde no sobró ni el verdor crudo de la rúcula ni el parmesano espolvoreado. De esas recetas para anotar en la libretita. Cerrando la comida, la Tarta de queso parmesano ($ 6.000) aportó intensidad láctica, dulzor grato y una mirada también rústica, matizada en su relativa sequedad por una compota de manzana y pera a la naranja, que aportó elegancia.
La sazón honesta fluye en los platos de un restaurante atípico para la zona. Como pocos -en la región- propone una mirada diferente sin perder su foco: el de un restaurante de turismo, con las formas recias de las casonas del viejo Frutillar, ese que atrae miradas y además encandila a los nuevos sureños que pululan por Llanquihue.
De los vinos: Una buena selección de vinos por copa (ojo, dos vinos pedidos no estaban: por suerte sus reemplazantes cumplieron) de pequeños productores también marcan diferencias, lo mismo que el listado por botellas. Otrosí: una coctelería más depurada, con más complejidad y menos empalago, sobre todo para el Naranja mecánica ($ 8.000) ofrecido como seco y que quedó ahí, huérfano en medio de su dulzor en el fondo de la mesa.
Dirección: Antonio Varas 54, Frutillar.
Teléfono: +56 9 3501 1703.
www.frauholle.cl
@cocina_frauholle