Barrio Lastarria: algo así como resurgir

Por Mariana Jara

El barrio Lastarria, a pasos de la Alameda y a pocas cuadras de la llamada zona cero, tiene afición por la nostalgia. Digamos que es un barrio tradicional y reivindicativo. Comenzó a formarse a mediados del siglo XIX y trata de mantener sus fachadas originales. Quizá desde esos años que ha albergado en sus cafés a intelectuales y -hoy- a quienes protestan en sus calles. Conoce la calma y el bullicio. Ha vivido demasiado de cerca el estallido y sus consecuencias, como testigo principal de manifestaciones y descontentos. A ratos exige ruido y a ratos no lo soporta. Los viernes trata de mantener la normalidad con sus terrazas en las veredas; hay veces que lo logra y otra que no, pero su vía principal, José Victorino Lastarria, columna vertebral de la zona, lucha por sobrevivir y seguir siendo ese polo gastronómico que llevó a tantos a ubicarse en este sector que durante, al menos la última década, ha vivido la bonanza de turismo.

Torremolinos.
Torremolinos.

Nada más entrar por esta vía se encuentra Torremolinos (José Victorino Lastarria 11. @torremolinosrestobar), una de las pocas fuente de soda existentes allí. Desde hace 32 años es regentada por Roberto Opazo. Es visitado por estudiantes, vecinos, parroquianos que son atraídos por sus precios económicos y el sabor de la tradición. Poco cambian las cosas ahí, se mantiene inamovible al paso del tiempo y tiene su público fiel que mayormente los visita para probar sus sándwich del tipo Chacarero ($ 5.200), Completo o Italiano ($ 2.000), Churrasco ($ 4.200), todo preparado a vista y paciencia de quien desee verlos en su larga barra. De cocina, salen Cazuelas ($ 5.100), en temporada Porotos granados ($ 4.000) y Humitas ($ 4.200) sumado a otras preparaciones al plato como el Lomo a lo pobre ($ 9.200) o Escalopa con agregado ($7.200). Hoy en día, está a cargo el maestro José, quien junto a Inés, que lleva casi 32 años trabajando ahí, sirven las mesas. Han sobrevivo a un estallido y ocho meses cerrados durante la pandemia. Para beber, todo el año tienen Cola de mono y sus Fanshop, son de los más pedidos. Su dueño está siempre al pie de la caja y la novedad desde la vuelta de la pandemia es que han podido sacar una pequeña terraza al exterior y ahora, al fin, aceptan pagar con tarjetas.

Quel Bravo Ragazzo.
Quel Bravo Ragazzo.

Un poco más adentro, justo en el codo que forma la calle está Quel Bravo Ragazzo (José Victorino Lastarria 53. @quelbravoragazzo_oficial), un pequeño local abierto hace seis meses por un joven Italiano, Nicola Schincaglia, que ofrece la versión sándwich de la cocina italiana; los paninos (desde $ 4.500 a $ 7.500).  Allí prepara algo tan tradicional en Italia pero que faltaba en nuestro país, donde abundan las pizzerías y restaurantes de pastas. Todos los quesos y cecinas los importa directamente de Italia, Pecorino Romano, Scamorza, Provoleta, Grana Padano de 12 meses y Parmesano de 24 meses de maduración. La mortadela es de Bolonia y el Proscuitto (jamón) crudo, casi sin grasa, ambos de la región Emilia Romana, reconocida por su rica gastronomía. Los acompaña con abundantes verduras como berenjena, preparada ahí mismo, rúcula, menta, tomate y siempre ofrece opciones vegetarianas. Se han especializado en café con la ayuda de Claudio Pesce, un barista de gran trayectoria en hoteles y hay de todo tipo. Además de siempre una amena conversación sobre los productos que allí venden.

El barrio se ensancha en este punto, en un pasaje interior bulle la actividad de cervecerías, bares estilo italiano y cocina de corte internacional, como la que expone Quitral (Lastarria 70 @quitral_resto) en su gran espacio interior. Hacia calle Padre Luis de Valdivia, hay ciertas novedades como las de Pulento Joe (Padre Luis de Valdivia 338 @elpulentojoe), bar con hartas referencias al punk setentero inglés, cervezas artesanales de buena calidad, más frituras (como sus papas trufadas) y sándwiches con cierto garbo. Sí marca la diferencia Le Bistrot Viet (Padre Luis de Valdivia 333 @lebistrotviet), a estas alturas vecino distinguido de la zona por su cocina vietnamita, rara en el país, donde vale la pena hacerse  con sus generosas sopas como la Pho, con carne y mucho cilantro o la delicadeza de sus nems, envueltos como manda la tradición en hojas de lechuga y el poder de la carne de pato, siempre al estilo del Sudeste Asiático. Tienen una coqueta terraza interior, un oasis de tranquilidad, siempre con una música discreta y agradable. Y es regentado con suave guante de hierro por la Madamme Kim, que no deja detalle del servicio al azar.

Bocanariz.
Bocanariz.

Pasada la iglesia de la Vera Cruz, aparecen dos apuestas gastronómicas, que le han cambiado la fisonomía al barrio y desde su instalación en 2011 y 2016 respectivamente, han contribuido a atraer turistas por montones. El primero es Bocanariz (José Victorino Lastarria 276 @bocanariz_lastarria), un templo del vino con más 400 referencias y una carta de comida elaborada entorno a nuestra principal bebida nacional. Ahí no encontrarás alcachofas, ni espárragos, productos casi imposibles de maridar con, pero sí productos que realzan cada copa como las ostras (12 en $ 11.900) o Tabla de quesos con chutney de la casa, frutos secos y tostadas ($ 13.500). La carta de fondos es breve pero bien elegida, una sabrosa Lengua Braseada con cremoso de mote, papa y champiñones ($ 11.900), fresca Pesca del día con puré de arvejas y menta con ensaladita de apio y palta ($ 12.000) o unos sublimes Ñoquis a la mantequilla trufada, queso Asiago, arvejas y apio, espuma limón ($ 11.000). En vinos, decenas de opciones por copa. Los camareros se manejan a la perfección y ofrecen propuestas de todos los valles vitivinícolas de Chile. Periódicamente seleccionan un taste o vuelo de tres copas en formato degustación (50 cc.) para probar distintos vinos. Tiene dos amplios salones interiores, uno que mira a la agitada calle y además una terraza exterior.

Su hermano Chipe Libre (José Victorino Lastarria 282 @republicachipe) viene a ser una alegoría de los piscos chilenos y peruanos por igual. Una república imaginaria donde resaltan todos los valles especializados en su producción en ambos países. Cualquiera de sus más de 100 etiquetas se puede beber solas, aunque bien vale acercarse a su gran variedad de cócteles de autor. La comida es sabrosa, con acento peruano y muy bien elaborada, con buenos puntos de cocción. Hay variada oferta de cebiches ($ 11.500) y tiraditos ($ 12.500).  De segundos, algún pescado y varias carnes, como lomo salteado con arroz y papas fritas ($ 13.500). Tiene una amplia y tranquila terraza interior y un gran salón con la barra a todo lo largo como protagonista indiscutida.

Mulato.
Mulato.

A poco andar, en la parte adoquinada y peatonal de la calle, donde por años han residido los vendedores de pinturas, anticuarios y libreros, hoy se aglomeran a su alrededor vendedores de lo más variopinto; ropa usada, tabaco, queques “mágicos”, productos bondages y un largo etc. donde al parecer todo rubro cabe. Ahí en plena agitación está Mulato (José Victorino Lastarria 307 @mulatoresto) Más de un lustro lleva el chef y propietario Cristian Correa, a cargo de una cocina de mercado, sabrosa y muy bien aliñada, (un ítem que parece simple, pero no todos lo manejan) como los Locos en salsa de cilantro y cebollín, ensaladilla de papas chilotas, mote, tomate y pepino ($17.900). Siempre hay un ceviche ($11.900) o una sopa del día ($5.900). Además de variadas preparaciones de pescados y algunas carnes.

Liguria Lastarria.
Liguria Lastarria.

A pasos está Liguria Lastarria (Merced 298 @bar_liguria), una marca que está en el ADN de los santiaguinos, que no necesita mucha explicación y que cautiva a los turistas extranjeros por la belleza de su local, su excelente servicio y gastronomía. En un edificio neobarroco, de cuatro pisos, construido en 1906, donde por años estuvo Instituto Chileno Francés de Cultura y antes de eso fue hasta una casa de remolienda. Sobre aquella estirpe se ubica esta taberna ilustrada donde cada día sacan su pizarra con las mejores ofertas de la casa. Cocina con personalidad, donde siempre hay un plato de cuchara, carnes, productos nacionales, ensaladas y actualmente también ofertas veganas. Sus garzones parecieran sacados de un casting de lo mejor de la profesión, simpáticos, amenos, atienden con gusto y se dan el tiempo para conversar y dialogar de cuánto tema les propongan. De sus fuegos salen platos abundantes, como la tradicional mechada italiana con tallarines ($ 12.600), los callitos a madrileña con arroz ($ 12.200) o sándwich de pescado frito con chilena y ají verde ($ 7.200). La novedad de esta temporada es un jurel ($ 12.900), prieto, bien gordito con la piel crocante, servido en dos abundantes porciones, con el punto exacto de cocción, sin recocerlo, poniendo en realce un pescado sabroso, muy poco valorado en las mesas chilenas. De la barra salen las tradicionales jarras de vino, cervezas e infinidad de cócteles. El Bloody Mary es el mejor del barrio, con jugo de tomates Campbell’s -como debe ser-, pero cuentan con varias creaciones propias como Chirihue (gin Franklin, triple sec, jugo de limón y ginger ale) muy refrescante y primaveral.

Terminando el recorrido de José Victorino Lastarria, que va a morir a los pies de Merced, se ubicó por años Les Assassins un malogrado restaurante francés, que fue perdiendo brío con el paso del tiempo. Hoy trabajan a contrarreloj, cambiando suelos, cocina, y remozándolo por completo para inaugurar, Casariego (Merced 297 B) durante abril. Un nuevo local gastronómico, que apuesta porque este barrio siga siendo el referente que ha sido y que ha llamado a tantos dueños de locales a instalar sus propuestas en esta zona. Lorena Álvarez, la dueña de La Casona, un local de la zona de Santa Isabel abrirá un restaurante de cocina chilena tradicional. Platos del recetario culinario de las madres y abuelas, charquicán, porotos, estofado. Tendrán un menú casero de almuerzo y carta por la noche. Habrá que ir a ver y sobre todo probar. ¡Larga vida al barrio!

 

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