Por Carlos Reyes M.
Se leen extraños los artículos 3° y 3°Bis del Decreto 464 del Ministerio de Agricultura (Minagri) que regula la actividad vitivinícola desde 1994. El primero entrega un listado de las cepas tintas y blancas con existencia oficial en Chile. Allí no figuran dos de las consideradas como patrimoniales, tanto por especialistas como por el sentido común de productores y aficionados: país y cinsault, que han convivido largamente en el secano de la zona Centro Sur. En el segundo sí aparecen, esta vez aliadas a la denominación “Secano Interior”, cuyas uvas provengan de varias comunas de las regiones Del Maule, Ñuble y Bio Bio.
Y sí, no hay dudas de aquel arraigo surgido desde hace décadas y siglos, atendiendo a cada una de esas variedades. Sin embargo en el césped del Boulevard de la Viña en la ciudad de Santa Cruz, el pasado sábado 12 de marzo y en plena Fest Vendimia 2022 organizada por Colchagua Singular (@colchaguasingular), se notó que aquella normativa se queda corta. Fueron los vinos de la variedad país los protagonistas, en un encuentro donde una veintena de pequeños viñateros colchagüinos se despercudieron de la pandemia y mostraron mucho de lo bueno de su producción.
La lista fue variopinta y para muestra dos ejemplos: Lugarejo 2019 (@vinoslugarejo), elaborado con uvas provenientes de parras viejas de Paredones y con apenas 11,5°. Sus aromas en clave frambuesa fresca, durazno y poleo, se unieron a una boca redonda que invita a beberlo ya, quizá empujando a una lengua cocida fría con salsa tártara. También, algo más recio, destacó el Pa-Tel 2021 de Maturana (@maturana_winery), cuyos 12° arrojaron en nariz un perfil más herbáceo, sumado una boca de vigor tánico rotundo, ahuasado en sus rasgos balsámicos. Un vino ideal para platos grasos y también para una guarda. Su fruta también nace de la parte costera de Colchagua, en Paredones, a 12 kilómetros en línea recta del océano, desde un campo de cuatro hectáreas plantado en 1910, hoy mezclado con un bosque de pinos, donde además hay moscatel negra, semillón y riesling, siendo vinificado tal cual sale. Una plantación a la usanza de hace más de un siglo.
Vale decir, uvas criadas bajo el rigor del secano interior colchagüno, tal como se ha hecho históricamente en la zona centro sur de nuestro país. Desde un valle cuya porción de campos plantados bajo ese canon es mínima (El 91% y 97% del país y el cinsault, respectivamente, se ubican en las zonas con D.O.), pero que expresa con hechos tipicidad y calidad fuera de aquella frontera imaginaria. A esos productores recientes hay que sumar, en la misma Región de O’Higgins y aunque no figuren en el secano, una respetable cantidad de parceleros elaborando chacolí, portadores de un patrimonio vitivinícola de a poco revitalizado en la zona. Además, el vigor de la variedad país se aprecia aún más lejos, gracias al legendario vino Pintatani de Codpa, en la Región de Arica-Parinacota. O el de Toconao, a los pies del altiplano en la Región de Antofagasta.
Se trata de una serie de merecimientos evidentes, que por cierto impulsaron una consulta pública en línea que el Minagri realizó en 2021 para modificar el Decreto N°464 y así sumar a las existentes legalmente, otras 40 variedades viníferas ya existentes en el catastro vitícola del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), donde si bien se mantiene la D.O. Secano Interior en sus límites actuales, la idea es sumar las variedades país y cinsault al resto del país vitivinícola. La opción Sí alcanzó un 93% de las preferencias, aunque la firma del decreto fue postergada por la exministra María Emilia Undurraga, a instancias -según él mismo lo indica- de Oscar Crisóstomo, gobernador del Ñuble, quien triunfante anunció en sus redes sociales la gestión para detener la rúbrica, “(…) en defensa de nuestra tierra y de nuestra región”.
Entre copa y copa, sobre todo de país, algo de cinsault y de otras tantas variedades embotelladas, el descontento sumó adherentes entre participantes y visitas, borroneando por momentos el ambiente de fiesta de vendimia que cruzó el evento. Es que consideran esa actitud cargada de egoísmo, que a su vez genera preguntas varias ¿Defensa o proteccionismo blindado por una movida política de última hora? ¿Puede ser que la enmienda al decreto afecte a los productores campesinos de dos variedades, ciertamente revalorizadas, pero por las que aún -y sobre todo en el caso de la país-, se sigue pagando el kilo de uva bajo muy por debajo del costo de producción en amplias zonas de Maule, Itata y Biobío? ¿Hay reales oportunidades de aumentar de forma la superficie plantada con este decreto bajo el actual contexto de cambio climático? ¿Cómo estas etiquetas, de ser reconocidas de manera oficial por el Estado, aportarían a la construcción de marca país gracias a sus cualidades singulares y sentido histórico? Y finalmente ¿A quién le conviene realmente todo esto?
Dudas que pesaron como lastres, mientras se apreciaba la personalidad de esos vinos colchagüinos, en estos momentos, injustamente fuera del juego oficial. Mientras se espera una resolución que determine qué tan actuales y qué tan sensatos pueden llegar a ser los nuevos tiempos del vino chileno.