Carlos Reyes M.
Un largo viaje desde el sur hasta Santiago. Hora de almuerzo de un martes y la decisión de pasar por un respetable comedor en la capital del Maule es tanto improvisada como razonable. Visitas anteriores confirman su calidad y tras la consulta de rigor en internet, su horario calzaba con el ceremonial que significa entrar a una gran ciudad, sentarse en su mesa y partir hasta terminar el recorrido. Ese ir y venir por sus estrechas y cargadas calles acentuó la decepción de hallarlo cerrado, pese a que en Google y en el inefable Tripadvisor figuraba listo para atender durante la semana. Solo su Facebook indicaba que estaba cerrado por vacaciones, aunque ahí se instalan varias preguntas: ¿Basta solo ese aviso? ¿Quiénes usan esa red social? ¿Sabrán que en Santiago su uso es cada día menor y solo en regiones calza avisar vox populi en aquella plataforma?
Al menos allí tuvieron la deferencia de avisarlo en alguna parte, como también es responsabilidad de quien suscribe saber en qué parte se avisa si algo está abierto o cerrado ¿O no? Es todo un dilema. Aunque eso de no tener claridad respecto del horario de atención de un restaurante es una situación repetida, más de lo que uno quisiera, a lo largo del país.
La idea era simplemente instalarse como cualquier paisano, ese que consulta a las redes y que de sopetón permite que desconfiemos de la tecnología soportada en internet y volvamos al paso previo, al teléfono. Pero -y ya no en esta situación- sucede muchas veces que ni siquiera hay cómo hablar, porque muchos comedores, sobre todo los más nuevos, sobreentienden que tanto celulares como líneas fijas forman parte de una vieja guardia.
Es ahí, cuando los horarios fallan, que la interacción prometida por tantas aplicaciones se convierte en un insalvable muro de silencio.
¿Forma parte del servicio de un restaurante, de un café, de un comedor cualquiera indicar claramente cuándo abren y cuándo cierran? Evidentemente que sí. Se trata de la puerta de entrada a su experiencia gastronómica. Errar allí es un paso hacia la desconfianza y ya se sabe: uno casi nunca tiene una segunda oportunidad de dejar una buena primera impresión.
Cierto que debe ser difícil recordar, en caso de urgencia, de un evento, de un cambio de temporada, acudir a todas las plataformas de turno y hacer el cambio respectivo. Tal vez no existe un control de todas las maneras de publicarse en internet. Pero hay que intentar llegar a todas partes con un mensaje así de importante, porque en el fondo es parte del ABC del respeto al visitante. Ese que solo puede ir a comer los lunes o acaso los martes, como los cocineros y los garzones, o alguien que puede llegar a recorrer cientos de kilómetros para conformarse apenas con unas luces apagadas y una puerta cerrada.
Por desgracia, en Chile, se trata de una situación demasiado repetida.