La sinceridad de Barrio Gamero, un bar en Rancagua

Carlos Reyes M.

Puede que haga frío en el centro de Rancagua y de verdad no importa, porque hay ganas de tomarse la terraza en Barrio Gamero. Hacen ese aguante un lote grande de jóvenes -y no tanto- como rebelándose ante la contingencia pandémica, que a estas alturas hace peligrar más el espíritu que los cuerpos. Ahí han estado desde que se puede, fieles y jugándosela un poquito, para mantener su espacio y el derecho a compartir en paz, bajo el amparo de una estética muralística que los define, sumando un toque de chilenidad urbana contemporánea.

Hace siete años que animan las noches de la capital de O’Higgins. Hacen bien porque marcan un necesario contraste al silencio abúlico en el centro de esa ciudad, casi desconocida para el bohemio afuerino. En la práctica, todo quien no sea rancagüino, o quizá sea de Graneros, Machalí o El Olivar, por nombrar algunos pueblos cercanos, pasa de largo ante lo que puede ofrecer esa ciudad y en particular aquel bar, que tiene sus cositas. Por ejemplo, la música en vivo que allí transita por todos los ritmos reconocibles de la peña cantautora, también con atisbos, jazzísticos, cumbiancheros, cuequeros y de lo que brinde el intérprete de turno, en el día asignado para cada tipo de música. Desde ese punto de vista una buena plataforma para un aspirante a músico, que juega al wurlitzer con mesas, comida y trago.

Ronald Ambiado y Oliver Gajardo están detrás de lo que ocurre en esa casona, que aparte de su terraza cuenta con espacios generosos, techos altos, y barra extensa para posar el codo y empinarlo sin problemas. Allí mismo en los viejos tiempos se armaba el carrete y el baile. Ahora que aún los tiempos exigen ser más comedidos, la acción ocurre un poco más afuera: “nos alejamos de la idea de la peña, de la chela de litro; somos sencillos pero no guachacas y eso se nota tanto en la comida como en la bebida”, se apresura a contar Ronald. Ambos están orgullosos de su afán por educar a su público, conforme pasan los años

Por ejemplo, les ha costado bastante crear una carta de tragos y que tenga rotación. Y lo han logrado. Por supuesto hay cervezas -artesanales- y combinados como en cualquier parte, pero en su coctelería meten harta mano. Aparecen bastante infusiones y cordiales preparados por el bartender de la casa. Cosas expresadas en el Fey Wekufe, con whisky, ají cacho de cabra ahumado y sirope de ají al eucaliptus; o el más suave y también cálido Maestro Ulices (sic), con toques de maracuyá que bañan un vodka también aromatizado; está además el Taita, con pisco, vino blanco, sirope de limón y una mezcla de menta y poleo; como también el Chino Ríos, más en clave dulce cítrica, con una suma de naranja, jengibre y pomelo, más pisco reposado en cáscaras de mandarina, entre otros ingredientes. Todo en presentaciones sencillas, sin mayores aspavientos, que hacen juego con las intenciones del local.

Para comer: pizzas con masa hecha en casa, picadillos del tipo pil piles, sándwiches y chorrillanas donde nuevamente destacan los panes preparados ahí mismo, las papas fritas y las ganas de ir más allá, sin traicionar la personalidad de un bar, que ha sabido hacerse necesario allí donde está.

Gamero 221, Rancagua.
Tel. 72 222 3124
@barriogamero

Comparte: