Economía doméstica: me verás volver

Carlos Reyes M.

La mirada infantil de un puñado de niñas retratadas hace un siglo, en aquel Santiago que aprendía a pasitos cortos a ser la capital que exigía su tiempo. Alumnas de la Escuela Superior de calle Cumming, en el límite de los barrios Yungay y Brasil -bien dados a la riqueza por ese año 1920-, trabajaban el curso de economía doméstica. Era esencial formarse desde la infancia para ser las dueñas de casa, pensando en un futuro repetido muchísimas veces a lo largo de las décadas siguientes.

La cuenta de Instagram Historia de la Alimentación (@historia_dela_alimentacion) lo recuerda: “El ideal de la época llamaba a construir un modelo de mujer que se destacara por sus virtudes como buena hija, buena madre y buena esposa. En estos cursos se les enseñaba a las niñas sobre crianza y puericultura, manejo y distribución de los ingresos familiares, confección de vestuario, cuidado de enfermos y cocina”.

Informan que, a instancias de un Decreto Supremo, el 5.830 del Ministerio de Educación, se supo obligatorio el enseñar -a la mujer- contabilidad, economía doméstica, confección de ropa blanca y vestidos, higiene, cuidado de enfermos, puericultura, música, dibujo, pintura y un gran acápite relacionado con la cocina. “No sólo aprendían a preparar las comidas diarias -indica la cuenta-, sino que además se las instruía sobre la conservación y fabricación de alimentos más complejos (conservación de carnes, aves, pescados, mantequilla, quesos, huevos, legumbres, frutas y verduras; preparación de encurtidos, chorizos, etc.; conservación y mejoras de vinos…). En algunos manuales sobre estas labores incluso es posible encontrar recetas de fabricación casera para diferentes tipos de cremas y cosméticos de uso diario”.

A ojos actuales y en un momento ascendente en las luchas por la igualdad de género, se trata con toda razón de un modelo obsoleto. A no ser que las lecciones del tiempo le sumen una vuelta de tuerca, convirtiéndola en una asignatura que podría marcar un antes y un después, durante este siglo, respecto de cómo las futuras generaciones chilenas abordan lo esencial de una buena alimentación. Esta vez y por igual toda una clase, sin distinciones de ningún tipo en su alumnado, podría verse beneficiada con el orden de la casa, la contabilidad, el saber hacer desde la cocina, el saber elegir los productos de acuerdo con su zona geográfica y las estaciones del año. Respetando su pasado alimentario tradicional -vino y destilados incluidos-, como también conociendo los límites impuestos por el medio ambiente al comer diario.

Con la inversión necesaria y azuzado por una buena formación hacia quienes impartan esas lecciones, se podría tener una mirada diferente, más firme y decidida, respecto del comer diario. Un complemento a otros avances como la ley de etiquetados o las restricciones colegiales a los engendros ultraprocesados, entre otras instancias. Una manera de encauzar las lecciones del pasado para la nueva vida que se nos viene.

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