La pesca eterna de Caleta Camarones (un homenaje a la nominación de la Cultura Chinchorro como Patrimonio de la Humanidad)

Momias Chinchorro, Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, Arica Parinacota.
Momias Chinchorro, Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, Arica Parinacota.

Carlos Reyes M.

¿Qué pasó antes del fuego?, ¿o antes de que ese fuego fuera la base de nuestras cocinas?, ¿antes de que Chile y esta República Culinaria cobraran un mayor sentido? Una hebra de esa historia existe, semienterrada, en el extremo norte del país.

Las más de cien generaciones que habitaron Quebrada Camarones, los llamados Chinchorro*, cuentan que fueron iguales entre sí. Aseguran que ocuparon una extensa franja de territorio e ideas comunes, girando en torno a la recolección sobre todo desde el mar, antes de la agricultura y las civilizaciones dominantes. Hasta ahí, nada fuera de lo común para hombres y mujeres de esos tiempos. El detalle que los hace distintivos está en la forma en que vivieron, pegados a ese minúsculo curso de agua distante a cien kilómetros al sur de la actual Arica, entre farellones monumentales y aridez perenne.

Arqueólogos y antropólogos los han estudiado durante un siglo. Se encargan de traducir sus mensajes, a veces a tientas, como los personajes extraños y fascinantes que son: bajitos, fibrosos, vigorosos; en sus cráneos quedaron dentaduras pulidas por el desgaste de tanta mordedura de lapas, locos, acaso por ablandar cueros de lobo marino o por la fina arena presente en la costa colada entre sus carnes**. Pero en contrapartida los Chinchorro nunca conocieron de caries, gracias a una dieta volcada a las proteínas marinas, bien lejos de los carbohidratos y sus azúcares derivados. Es probable que se aferraran con dientes y muelas a sus costumbres propias de nómades del desierto, sentados frente al mar.

Pero a la vez poseían rasgos propios de seres apegados a su tierra. Suena a contradicción: sedento-nómades, a no ser que alguien se tome la molestia de recorrer el paisaje de la pampa aledaña para comprender algunas de sus razones. Basta viajar en automóvil o tomar un bus desde el terminal de buses de Arica y enfilar hacia el sur. A poco andar el contraste entre el aire acondicionado y el exterior se hace evidente. La sequedad se reparte por cientos de kilómetros a la redonda con el calor, el polvo y las rocas, como disuasivos para cualquier idea de caminata. Una hora de viaje más tarde, los vehículos descienden con el pedal de freno pegado al pie, a través de una pendiente extendida por 21 kilómetros, pegada a un desfiladero que invita al vértigo. Al final se encuentra una de las quebradas más profundas de Chile y en el centro de aquella hondonada, una acequia apuntalando el breve verdor circundante.

Detalle del actual asentamiento de pescadores en Quebrada Camarones.
Detalle del actual asentamiento de pescadores en Quebrada Camarones.

El paisaje justifica las dificultades para moverse de allí. Tampoco eran grandes grupos de personas necesitadas de emigrar a fuerza de una sobrepoblación. No más de 25 a 30 personas por generación perduraron en ese entorno, según alcanzan a vislumbrar los especialistas. Es entonces que Caleta Camarones se revela como un enclave para sobrevivientes, unidos con fuerza y a la fuerza con sus muertos. Dos mundos en un mismo territorio, mediatizado por rituales de extraordinaria complejidad: practicaron la momificación, y son de hecho las más antiguas de las que el ser humano tenga registro.

Cinco milenios equivalen a mucho más que dos eras cristianas. Ese fue el tiempo que los Chinchorro, dicen, vivieron con lo mínimo. Desde el 7.020 al 1.500 a. C. Tantos años juntos bajo esas condiciones les impuso relaciones sociales horizontales, a decir de los cuerpos encontrados, unos al lado de otros, bajo iguales técnicas funerarias y sin distinciones evidentes en sus ornamentos. La comunidad utópica de Tomás Moro hecha realidad, aunque para la ciencia no alcance tanta certeza. Cien años de investigaciones han cargado a los Chinchorro de cierta contrariedad. Era escasa la esperanza de vida, que con suerte se llegaba a los 40 años. A eso debe sumarse una gran cantidad de abortos y decesos en niños de corta edad. La explicación más plausible para tanta muerte la ha entregado el investigador Bernardo Arriaza, dedicado al estudio de sus restos desde inicios de la década de los 80 del siglo pasado. La clave está en el agua dulce, que baja turbia y alcanza rasgos salobres por atravesar el desierto desde el Altiplano, acumulando de paso una cantidad de arsénico cien veces mayor a la tolerada por la actual Organización Mundial de la Salud. Un ambiente de peligros silenciosos, bajo una relativa abundancia alimentaria desde el mar, o en una época posterior a través de algunos granos vegetales y carnes de guanacos, alpacas, llamas y otros camélidos locales.

Entonces se formó durante milenios un gallito entre la vida y la muerte, marcando diferencias con el resto de sus congéneres, quienes solían dejar a sus muertos a la intemperie o enterrados sin más ceremonias. Para ellos no. La tecnología, la inventiva, se volcó a mejorar el pasar de sus ancestros allí donde se fueran. Así nacen las singulares intervenciones a sus cadáveres: una vez muertos, les sacaban de forma prolija la carne de los huesos, sus extremidades eran envueltas con hilos y fibras, lo mismo que el resto de su cuerpo. A modo de cara, una máscara de belleza minimalista les devolvía en parte su expresión antes de ser enterrados bajo el mismo código comunitario en el que vivieron.

No hubo más técnica que la pensada a favor del espíritu. Una forma de arte ideada para mitigar el dolor de pérdidas tan excesivas como incomprendidas por quienes las sufrieron***. Una escena desarrollada en un territorio cuyos descendientes putativos viven también de manera intensa, casi tanto como hace miles de años atrás.

 

*Las momias de la cultura Chinchorro, la evidencia más contundente de su existencia, se encuentran repartidas desde Ilo (Perú) por el norte, hasta la zona de Cobija (ReChile), por el sur. Sin embargo, los principales hallazgos de restos arqueológicos se concentran en la ciudad de Arica y en la zona costera de la Quebrada de Camarones.

** Arriaza, Bernardo. Cultura Chinchorro: las momias artificiales más antiguas del mundo, Santiago, Editorial Universitaria 2003, p. 78.

***«Las momias de recién nacidos son de las más antiguas, en una zona donde había mil microgramos de arsénico en el agua. Eso hizo que las madres tuvieran múltiples abortos. Nace un bebé, muere otro. Nace otro, muere el siguiente. Entremedio, sobrevive alguno. Y frente al dolor empiezan a cuidar a sus fetos, a pintarlos: es una respuesta cultural frente a un estrés ambiental, que se empieza a expandir». Alonso, Nicolás. «El secreto de los chinchorros». Revista Qué Pasa, 8 de julio de 2016.

Comparte: