Han pasado 40 años desde que el profesor japonés Shiuzo Akaboshi comenzó a orientar a un grupo de pescadores artesanales de Tongoy, en arte del cultivo de los ostiones. Un lapso de tiempo en el que se ha internalizado la idea de manejar ese molusco de manera sustentable. Un período en el que ese saber hacer se ha conservado, perfeccionado y además exportado. Eso tanto a caletas y sectores como Caldera y Chiloé, como también fuera del país.
La semilla acuicultora ha crecido hasta convertir a esa localidad costera de la comuna de Coquimbo en la capital nacional del ostión. Es la tierra de Piero Carvajal, segunda generación de productores, que hoy tiene a su haber un conocimiento del oficio, a la vez de grandes desafíos. La competencia peruana la ha puesto una cortapisa a crecimiento a nivel local, lo que sumado a la crisis Covid-19 ha puesto la pista difícil. Aunque con ingenio y un trabajo intenso, está logrando capear la ola.
De un lado el traslado de marisco refrigerado, en su camioneta generalmente, en un amplísimo rango que va desde Antofagasta al Maule, y el trato directo con su destino final, le ha dado cara y respeto a sus productos. El haber emprendido en las conservas, tanto de locos como de pulpo que intercambia en el Norte Grande, también ha sido una de las alternativas que, con éxito, explora en el último tiempo.
Sabe que las cosas son complejas pero tiene la sartén por el mango ¿Cómo? Porque la frescura de su producto lo guía: “nunca será mejor un marisco fresco que uno congelado”. Es parte de su certeza en lo bueno que cría y vende, que le permite soñar y proyectarse al comercio de producto vivo en el mediano plazo. A su favor tiene la experiencia, la su familia y congéneres, que han luchado durante cuatro décadas para hacerse de un destino en torno al ostión.
Y así seguirá siendo.