
“Me pican las patas para salir por un buen cafe y una botella de vino, en un boliche cualquiera; ver gente es lo que necesito.” En esa última conversación a fines de junio, en el inicio de este largo invierno pandémico, Juan Antonio ya denotaba nostalgia por el veto a su goce más íntimo de compartir con los demás. Lo decía preocupado sin impostaciones, porque de ser social se trata buena parte de esta vida. Algo que por supuesto transmitía cada semana como cronista de su tiempo gastronómico, hoy suspendido en una inercia letal de la que aún -y pese a la tímida reapertura- no se le ve una salida clara.
Juan Antonio parte y su recuerdo se amarra a lo vivido en el mundo del comer hasta los últimos meses de 2019. Los previos al Covid-19 y a la revuelta social que se mezclaron con fuerza en el último tramo de su historia personal. De pronto se recortaron sus preciados hábitos gregarios, de almuerzos generosos y estiradas sobremesas al calor de la piscola o el buen sour, convertido con el tiempo en su apodo y carta de presentación para quienes lo conocimos. Se restringieron las historias contadas cara a cara, matizadas con su voz clara de hombre experto, bien torneada por el tabaco que nunca quiso dejar. Se distanciaban las sutilezas de sus gestos y silencios, que abrillantaban historias contadas por un personaje sobre todo atento a la trastienda del ambiente gastronómico.

Juan Antonio consiguió a través del tiempo y con largueza, cultivar la impronta de quien viene de vuelta y que por lo mismo sabe escuchar al otro libre de cualquier prejuicio. Supo proveer de consejos a los cronistas y reporteros más jóvenes, sumando a la vez el respeto cordial de sus pares, que lo vieron iniciarse en este medio ya maduro, a fines de los ’80, cuando la cocina pública chilena comenzaba a tomar otro camino. Uno transformado de nuevo y de manera radical justo al momento de su partida.
Cuesta vivir si a uno le quitan el aire y esos ahogos sociales del encierro le atosigaban más que cualquiera de las dolencias que padeció y que increíblemente sorteaba, para estar una vez más tomando notas en medio de una comida, sentado junto a muchos que hasta se preparaban para acomodarse a su lado y disfrutar de su bonhomía.
Juan Antonio, confiesa alguien que lo escuchó hace muy poco, estaba inclinándose por el retiro. Se sentía un hombre con cuentas saldadas y pleno a su manera, pero perdiendo, quizá hasta cuándo, la sociabilidad que era en el fondo el sentido de su vida . Entonces y de ser así, nos dejó en el momento preciso y casi tal como lo hizo saber a sus cercanos: a tranco rápido, sin demasiadas pausas. No estaba en sus planes reseñar en un nuevo escenario de restricciones y desconfianzas en clave gastronómica.
Pero aún así, nada quita la tristeza de su partida.