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Ciro, la vida nikkei

Tras el duelo por una muerte que hoy cala hondo entre sus más cercanos y en el medio gastronómico, Ciro Watanabe seguirá planeando por varias cocinas como sinónimo de un estilo mestizo y vibrante que une a las cultura de Japón y Perú. Palabra que enriqueció a punta de un talento finalizado de manera demasiado sorpresiva, demasiado prematura.

Ciro Watanabe alimentó en Chile la palabra nikkei. Sus raíces delatan un roce previo con término. Por supuesto desde lo familiar pero también como testigo directo de hitos como el de Javier Matsufuji, que creó ante sus ojos el primer maki acebichado en el restaurante limeño Matsuei. Corría 2001. Esa condición de alumno aventajado lo llevó ocho años más tarde a comandar Osaka, en un Santiago inmerso dentro de una inédita efervescencia del ambiente gastronómico que se extendió, paradójicamente, los mismos 10 años que vivió como cocinero en Chile.

Tuvo un rol protagónico en ese auge, creando y repartiendo el juego necesario para replicar el fulgor propio de las formas y sabores surgidos del cruce entre Japón y el Perú. No de lo nipón y el resto del mundo, no; sino de ese híbrido sabroso e íntimo entre esos dos pueblos. Esas maneras mestizas ya eran conocidas en Chile, pero no con el desparpajo rutilante propuesto por ese veinteañero grueso y vital, que marcaba presencia ungido de simpatía, sazón, técnica y carácter.

Vino a dar espectáculo y lo consiguió en el momento preciso, proyectando un estilo sorpresivo, vibrante, pero sobre todo alegre de principio a fin. Un creativo con apetito y la curiosidad como recursos que mantuvieron su territorio de sabores, extendido a medida que conoció a sus clientes, a sus colegas, al medio en general; o a la comida del mercado y de la calle que disfrutó y respetó según sus propias palabras. Lo expresó en el conocimiento y uso en cada producto en su restaurante, o por medio de alegorías del Santiago que le tocó presenciar. En la figura, por ejemplo, de un completo hecho con pan entintado al vapor y salchicha marina, uno de los hitos en su última etapa creativa.

Como suele ocurrir incursionó en un libro. Pensó una saga incluso, sumando un hipotético tomo para darle sazón a las dietas obligadas producto de un bypass gástrico. Un posible relato testimonial que a su vez reafirma un afán por extender su rol más allá del restaurante mismo. En ese sentido, fue protagonista de su tiempo, en una búsqueda mediática apuntalada por su carisma y que lo llevó al noticiario del momento, a la televisión didáctica –Reyes del Mar- o al show puro y duro de la telerrealidad. Supo preservarse como cocinero y comunicador, nunca al revés.

Bajo esas formas Ciro pulió su estilo y a cambio fue reconocido en todo el continente por sus pares del fine dinning. En Chile usó esa fama de varias maneras, promoviendo por ejemplo el consumo de productos del mar o para sumarle sabor a las raciones de la comunidad peruana en edad escolar. Aunque poco después y mientras el ciclo dorado de los restaurantes manifestaba desgaste evidente, su liderazgo hizo crisis tras una huelga mal resuelta, sumado a un sinceramiento político en redes sociales, que le alejaron de buena parte de su público -más bien catódico-, que de improviso supo del ideario consentido tras la amplitud de su sonrisa. Ese incidente ocurrido este verano recién pasado -que ya nos parece una eternidad- marcó su destino mediático en un momento de despertar ciudadano, muy a contrapelo del cotidiano donde se movía y cocinaba, donde disfrutó del aprecio hasta el final.

Tras el duelo de una muerte que hoy cala hondo entre sus más cercanos y en el medio gastronómico nacional, Ciro Watanabe seguirá planeando por varias cocinas nacionales como sinónimo de lo nikkei. Una palabra que enriqueció a punta de talento, acabado de manera demasiado sorpresiva, demasiado prematura.

 

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