Una gran olla con lentejas y arroz figura en el patio de la casa; también ensalada de lechuga preparada usando pecheras, guantes de latex y mascarillas; las bolsas de plástico con panes y manzanas, lucen anudadas y listas para ser tomadas por quienes las necesiten. Este viernes 22 de mayo, al mismo tiempo en que el gobierno se sacaba la foto con algunas de miles de cajas de mercadería compradas a grandes distribuidores nacionales -y no a Pymes como prometieron-, comenzó la repartición de almuerzos en Camino de Loyola esquina pasaje Saturno, Quinta Normal.
Una olla común había despertado.
Esta semana lo hicieron en distintos puntos de Santiago, en un número no visto desde la crisis económica de los años ’80 en dictadura. La falta de comida en muchas familias producto del golpe de la cesantía, se dejó ver como uno de los efectos patentes de la crisis producto de la pandemia Covid-19.
Desde hace años que en Quinta Normal no es difícil hallar vecinos con problemas económicos. Lo que de verdad inquietó a la extensa familia del bibliotecario y cocinero Andrés Lobos –“mi abuela tuvo 11 hijos”- fue percibir un aumento notable de gente sin trabajo, ni tampoco con la posibilidad de generar algunos ingresos como “coleros” en las ferias libres de la comuna. La pandemia del Covid-19, aparte de golpear con fuerza ámbitos como la cocina pública y el turismo, ha obligado a restringir espacios como los mercados callejeros, reduciendo su comercio, ensañándose a su vez con quienes tienen menos .
Así un grupo de vecinos, más bien un clan familiar unido a través del Centro de Acción Social Wally Gajardo, decidió ponerse en acción. Ya lo habían hecho durante el estallido de octubre, así que repitieron el libreto: donaciones de amigos y de los restantes miembros del familión, dieron forma a las primeras 50 porciones, repartidas con algo de miedo de ver tirado su trabajo parte de Carabineros, denunciados el día anterior en La Granja por impedir con violencia el desarrollo de una cocina comunitaria.
“Personalmente fui a contarles. Con desdén nos respondieron “ya”. Una vez avisados nos relajamos”, cuenta Andrés Lobos, aunque por precaución el trabajo lo hicieron dentro de sus casas. Primero quienes viven en la calle, después vecinos, comenzaron a tomar los alimentos rompiendo con la vergüenza de reconocer sus problemas. Agradecimiento, emoción, lágrimas, desahogo por una situación inesperada e insostenible para sus economías. Una comida con un valor mucho más allá del nutricional; enriquecida por el renacer del sentir solidario del tejido social, que de a poco, tímidamente, va extendiéndose a través de diversas actividades a lo largo del país.
“Hoy fueron 50 pero el domingo vamos por el doble”, dice Lobos. Seguirán preparando sus almuerzos solidarios día por medio hasta que la situación tenga un punto de normalidad. Pueden ser semanas o quizá meses; y ahí estarán en el Wally Gajardo, poniendo corazón para seguir adelante.
Contacto para donaciones en mercadería (no en dinero): +56 9 6658 5843