Desde el estallido (¿Revuelta? ¿Revolución?) del 18 de octubre algo está cambiando en esta sociedad, y quizá también a muchos como personas. Y entre tantos vaivenes de un despertar, e incluso en el meollo de las protestas que tienen en jaque al sistema completo, perdura el acto de comer (y beber). Solo así se mantiene el paso de unas manifestaciones que perviven porfiadas tras semanas de asedio, ya sea por una necesidad de energía o por la mera tentación. Si, claro. Es que dentro de la protesta se expresa la rabia y la fuerza de la primera línea, muchas veces protectora de los excesos policiales; pero también lucen rasgos de esperanza y relajo, entre el rictus de decisión de una mayoría que planta cara de forma pacífica a la situación. Y claro, en algún minuto ¿cómo no tentarse? Ahí es donde aparece la ollacomún para el luchador, y también un cúmulo de ofertas desperdigadas por la calle, como las ideas que representan, expresadas en bocados llenos de significado, en los tiempos que corren.